miércoles, 27 de diciembre de 2023

Curiosidad histórica ocurrida en mayo del '75.

Curiosidad histórica ocurrida en mayo del '75.


Gonzalo me había invitado al café de a dos cuadras de mí casa hace un par de días. También me había hecho saber que era fundamental que esté ahí sin demora alguna y que era algo de muchísima importancia para él. Por supuesto fui en tiempo y forma.

—  Calculo que no sabrás porqué te invité acá — Me dijo él.

Y en efecto lo desconocía.

— Después de una larga investigación, concluí que Panicucci iba a tomar un café hoy en este mismo local en la mesa enfrentada a la nuestra —

¿Fabio Panicucci? Pensé yo. Y en efecto, estaba hablando de ese Panicucci. Ni yo ni Gonzalo éramos muy activos en la política. Claro que yo y él teníamos ciertas ideas de las que hablábamos como dos amigos cualquiera hablan de política. Y claro, los dos compartíamos ciertas ideas, y calculó yo por eso fue por lo que me invitó en primer lugar. Pero ni yo ni él éramos revolucionarios.

— Tengo un fierro en el bolsillo de mi campera. Lo planeó matar hoy. Te recomiendo que una vez que él entre al local vos te retires. Justamente no te invité para arruinarte la vida, solo te lo quería contar de todo antes de hacerlo —

Le pregunté por sus razones.

— Estaba volviendo a ver la entrevista el otro día en la tele, y me di cuenta de que el loco mintió. La mentira concreta no era muy importante, si lo fuera Soto se la hubiera remarcado ¿Viste? Pero la mentira era descarada. Cualquiera que supiera del tema o investigué lo que los políticos dicen sabría en el acto que Panicucci había mentido. Y ahí me di cuenta que Panicucci no era como los otros políticos. Te guste o no lo que va a hacer a la Argentina, no paro de decir mentiras así desde que se metió en la política. Panicucci no cree en lo que dice, los dos sabemos esto muy bien. Pero no es solo eso, él es malvado. Sus ideas son malvadas, pero él no las tiene por convicción, eso es lo peor, yo sé que sabe tanto como yo y como vos que son malvadas, porque se nota. Y puede ser que mi voto no valga una mierda y qué lo más probable es que lo pinten encima como yo y vos sabemos que ellos lo están haciendo. Pero yo no solo tengo una boleta, tengo también un fierro en el bolsillo de la campera, viejo —

Todo esto me pareció una aberración en el momento en el que lo oí. Y no por la antigua moral que se tiene que seguir a raja tabla independientemente de cualquier contingencia, sino porque era un muy mal calculo. Supongamos que el boludo de Panicucci entra en el poder, sus ideas nefastas van a fracasan, y entonces hay esperanza de algo nuevo con las masas decepcionadas de la narrativa que se les vendió en toda la campaña. Si Gonzalo mata a Panicucci, entonces le entrega a su partido político un arma enorme, un mártir. Tal vez los paganos vean en el asesinato de una persona como una refutación de sus ideas, como una demostración de su debilidad. Pero el paganismo fue reemplazado, y fue reemplazado por un mártir que resuena dos mil años después de su muerte. Y tal vez peor que eso, le sirve en bandeja de oro a los votantes de Panicucci una excusa: “Sus ideas no eran malas, sino que no se pudieron concretar. La persona que reemplazó a Panicucci no estaba a la altura. Pero podemos volver a probar, y tengo la persona indicada para eso”.

Y, sin embargo, no le podría explicar nunca a Gonzalo todo esto. Porque pasa y resulta que Gonzalo es el tipo de persona que sigue creyendo en la antigua moral escrita en piedra. Su razonamiento para matar a Panicucci no servía ningún propósito fuera de qué Panicucci merecía morir. El asesinato de Panicucci es un fin en sí mismo.

Y por eso intenté otro razonamiento.

Primero hablé de la santidad de la vida humana.

— ¿Y cuantos inocentes van a morir si Panicucci gana? Y te aseguro que él no es ningún inocente — 

Después le hablé a Gonzalo de lo bueno que era la democracia, de lo bueno que era poder votar y lo bueno que el pueblo se pueda expresar en la boleta cada cuatro años. Y de que todo eso era bueno incluso aunque el pueblo este equivocado, porque la democracia era un fin en sí mismo.

— Me sorprende de vos, che. ¿Vos crees que a Panicucci le importa la voluntad del pueblo? No, viejo, él ya se cagó en la democracia en el momento en el que entro en la campaña sin creerse una sola palabra que salió de su boca. Y además ¿Qué garantía tiene el pueblo que Panicucci haga todas las cosas de las que habló en campaña? ¿Realmente crees que va a cumplir lo que nos prometió? ¿Y como lo podría hacer con todo lo que se contradijo con sus propuestas? Si Panicucci quiere ahora defenderse diciendo que él es quien va a representar el pueblo, no se hubiera cagado tanto en nuestra confianza en primer lugar —

Le dije que todos los políticos mienten y que así era la política. Él me dijo que nadie mentía tan descaradamente como Panicucci, y que, si la democracia era tal mentira, entonces se debía hacer algo al respecto.

Si yo creyera en la moral antigua, tal vez lo podría haber convencido. Pero no pude.

— Tal vez te sorprende que un hombre con una moral tan impoluta como la mía cometa una atrocidad así, pero no debería. Los hombres como yo nos podemos permitir sacrificarlo todo, incluso nuestra propia moral, por lo que es justo —

Y entonces entró Panicucci, Gonzalo me hizo gesto de que me fuera.

En ese instante entendí lo pequeño que era yo comparado con el mecanismo que era el mundo, y me volví el mártir que tanto se celebra en Occidente y que tanto me repugna. Me interpuse entre Gonzalo y Panicucci. Hubo un revuelo enorme en el local. El único boludo que resultó herido fui yo. A Gonzalo lo arrestaron en el acto.

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