viernes, 21 de octubre de 2022

Reductio Ad Absurdum

Reductio Ad Absurdum


Después de una vida de dedicarse fervientemente a la teoría de las matemáticas, una vida inmiscuida a las interminables demostraciones junto a todos los necesarios axiomas que estaba tan obsesionado con develar, una vida que llevaba con el mayor orgullo por los inerrantes libros que había escrito y que solo una parte minúscula de la población podía darse el lujo de entender, ahora había concluido en comparación en un punto de su vida en donde simplemente no puede permitirse seguir aquella vía, al contrario, ahora reside en un momento mucho más calmado, en donde no requiere exigirse a sí mismo lo que alguna vez se exigió. Las noches de insomnio en donde una demostración le oponía resistencia y él se privaba del sueño hasta poder terminarla se habían acabado para siempre, ahora que operaba y deducía a partir de conceptos inmensamente más simples. Pero no sé equivoquen, Jonathan Ramos no se contenta con ser un mero profesor, al contrario, excede en su trabajo, en sus clases explica las matemáticas con cierta rigurosidad que solo una figura como él podría hacerlo, sus alumnos terminan sus jornadas no solo entendiendo el cómo opera la matemática sino por qué se opera de la forma que lo hace. En su primera clase, Jonathan Ramos comenzó con una pregunta que mucho de sus alumnos nunca se habían planteado a pesar de su experiencia previa en el campo –¿Qué tan reales son las matemáticas? Díganme, ustedes que creen ¿los números existirán en la realidad o solo en la mente? – Sus alumnos tardaron en dar una respuesta, muchos de ellos ni siquiera entendieron la pregunta en primer lugar, pero aquellos que sí y se lo cuestionaron por algunos minutos lo que nunca se habían imaginado en preguntar llegaron a cierta cercanía a las matemáticas, a aquello que realmente significaban, que hubiera sido imposible sin la rigurosidad de Jonathan Ramos.

Hoy no fue un día para nada excepcional para el profesor, al menos no lo era hasta ese momento, había llegado a su casa, se prendió un habano y estaba en su escritorio trabajando felizmente en su campo. A pesar de la superficial irrelevancia de este día, había cierta irregularidad, una pregunta que desde hace varias horas está dando vueltas en la mente de Jonathan Ramos y no quiere salir. El día de hoy uno de sus alumnos le había mostrado un ejercicio matemático, a pesar de que no había ningún error evidente, había en esa hoja oculta una rareza que Jonathan Ramos no comprendía y a la que ni siquiera podía apuntar, pero que, sin embargo, le hacía ruido a su instinto matemático. Tomo una de sus hojas, uno de sus lápices y una goma, y replico paso por paso el ejercicio únicamente mediante su memoria - ¿Qué es lo que tenemos acá? - reviso cada paso con exhaustividad, pero no parecía haber ningún problema con ninguno de los pasos dados – ¿Qué es lo que me está perturbando entonces? – alejo un poco la vista de la hoja y empezó a revisar el problema holísticamente en vez de a sus cálculos individuales –Acá está el problema– tomo una segunda hoja y empezó a operar a partir de lo que había escrito su alumno.

-Eureka- Había encontrado aquello que le perturbaba tanto de esa resolución. Los cálculos de su alumno implicaban la proposición 1=0; ya había descubierto el absurdo. Él comprendía instintivamente que la aparición de un absurdo se debía necesariamente en algún error previo, luego, se podía descartar sin problemas la demostración de su alumno y nadie se molestaría si efectivamente lo hiciera, pero él, en su rigurosidad que lo caracterizaba, dio un paso más allá. Empezó a rastrear la demostración del absurdo y a buscar el error que permitía la implicación en primer lugar. Pero no había nada. Leyó, opero, dio vueltas cada proposición del derecho y del revés, y no había error alguno. Tomo una tercera hoja, escribió paso a paso todo, desde la ejecución de su alumno hasta la demostración del absurdo, todas las proposiciones e implicaciones, todas eran lógicas, todas seguían los axiomas matemáticos, todas eran correctas, todas eras necesarias. Suma, resta, división, multiplicación, sumatorias y exponentes, todas las operaciones escritas eran operaciones básicas que no permitían la posibilidad de error; la demostración inequívocamente era correcta.

Agarro una hoja, y otra, y otra, diez hojas en total, y nada, ese error no se mostraba, se ocultaba demasiado bien en las proposiciones.

El puro se había terminado ya, Jonathan Ramos se dio un descanso, un descanso que tal vez hace algunos años no se habría permitido, salió de su estudio y empezó a calentar una pava.

Caminaba en la cocina dando vueltas de un lado para otros, su caminata parecía estar a ritmo de un compás, sus pasos parecían aritméticamente calculados. Su mente estaba perturbada y no podía parar de preguntar ¿Qué significa esto? ¿Cuál es el error y por qué no lo encuentro? Y sin embargo su espíritu estaba feliz. Recordaba con nostalgia las noches en donde esto era la norma y no la excepción. No obstante, no estaba disconforme con su vida actual y, al contrario, le hacía inmensamente feliz poder volver a estos momentos de vez en cuando. Él comprendía también instintivamente que el absurdo era imposible y que sí las operaciones resultaban en él es porque debía de haber algún error todavía no descubierto, solo que se había ofuscado demasiado en el problema y necesitaba darse un momento para aclarar su mente y poder enfrentarse a él con una nueva mentalidad. Ya se había atrapado en demasiados problemas así como para no conocer esta verdad fundamental a la hora de enfrentar estos desafíos. El mate que se estaba sirviendo nunca falló en estos momentos para poder permitirle un momento de paz y tranquilidad antes de volver a la lucha. A pesar de que su cuerpo y espíritu estuvieran tranquilos, su mente seguía perturbada por algo, algo que no podía comprender y que, sin embargo, le aterrorizaba, ese sentimiento no podía calmarse y su mate solo podía ayudarle hasta cierto punto.

Entró nuevamente al estudió, inspirado y decidido en librarse finalmente de esa extraña demostración, pero inmediatamente se chocó contra un muro. Seguía sin ver el error, incluso peor, ahora con su mente calma sabía que lo que estaban leyendo sus ojos era correcto, conocía todas las reglas de las matemáticas de memoria, conocía el cómo y el por qué los números se comportan de la forma que lo hacen y justamente por eso sabía que la demostración no contenía imperfección alguna. Tomo la undécima hoja, pero no pudo escribir nada, no había nada más que podría hacer, la arrugo y la desecho. Estuvo una hora más en ese estudio, incapaz de avanzar en lo más mínimo. Jonathan Ramos estaba completamente paralizado, ya había hecho todo lo que podía hacer y la proposición sigue ahí escrita, inamovible, invariable. El absurdo persistía: uno es igual a cero.

Tomo el valor y finalmente se preguntó - ¿Y si uno es igual a cero? – Tomo la duodécima hoja del día y empezó a operar, desde una nueva mentalidad y sin prejuicios de lo que sus razonamientos podrían llevarle. Desarrollo lo mejor posible cada hipótesis, justifico cada paso y a cada justificación la justifico una por una, todo tenía que ser perfecto, no debía haber espacio al error, no debía existir la mera posibilidad de error, y todo eso llevaba, ahora indudablemente, a la proposición “1=0”.

Observo todos los libros en su repisa con una nueva mirada, una mirada confundida, trastornada incluso. En cualquier otro momento no había otra cosa que le produzca más respeto y admiración que el trabajo de esos matemáticos a los que rezaba por algún día alcanzar, pero ahora mismo solo leía un absurdo, un inmenso e interminable absurdo.

Con una de las cerillas, con la cual había prendido hace un par de horas el habano, Jonathan Ramos prendió fuego su escritorio, junto a él, prendió fuego todas sus hojas y todos los libros que tenía. Despreciaba la matemática, la despreciaba por ser incoherente, por ser absurda, por ser contradictoria, por no ser nada, y por, en definitiva, no significar nada. Cada hoja de todos los libros que había comprado y escrito ahora eran insignificantes para él, solo describían falsedades y herejías, palabras cuyo único contenido eran ellas mismas, palabras atrapadas en un laberinto que existía solo dentro de su propia trampa dialéctica y en donde escapar no tenía valor ni mérito. Las matemáticas eran falsas, toda su vida había estudiado la nada misma, una realidad meramente aparente, había estudiado la ausencia de toda verdad, la imposibilidad de la verdad, en donde uno y uno eran dos, y a su vez, eran tres, y cuatro, y cinco, y toda proposición era igualmente verdadera.

Estaba librado de la mentira de la matemática, se había descargado de un enorme peso de encima. Estaba preparado para mañana llegar a la universidad que lo había acogido con tanto cariño y exponer a cada uno de sus alumnos la demostración de 1=0, demostrarles a todos la absurdes de los números, exponer la gran verdad de la matemática que tantos genios han pasado por alto, y más importante, advertirles a aquellas mentes jóvenes en usar su inteligencia en cualquier otra cosa. Incluso estaba fantaseando con comenzar desde cero en un nuevo campo del conocimiento, un campo, esta vez, consistente consigo mismo. Hace bastante tiempo estaba interesado en la medicina, como también lo estaba en la psicología, y estaba seguro que podría aportar inmensidad de cosas a cualquiera de esas áreas si se esforzaba y le dedicaba lo que alguna vez le dedico a la matemática, pero esta vez con descubrimientos que signifiquen algo y de los que poder enorgullecerse.

Pero, una nueva idea paso por la cabeza de Jonathan Ramos mientras observaba el lápiz negro que había usado hasta ese momento -Un lápiz ¿Por qué un lápiz? Un lápiz ¿Por qué no dos? Un lápiz ¿Por qué no tres, o cuatro, o cero? Un lápiz. No comprendo lo que mis ojos me están enseñando, no entiendo nada de lo que estoy viendo-

Comenzó a caminar por su casa, confundido –¿Qué significa que uno sea cero? No comprendo que puede significar. Mi mente no sé puede adherir a esa idea tan simple, me encuentro incapaz de conceptualizarlo, simplemente soy incapaz de concebirlo a un nivel básico, ni siquiera puedo pensar en un esbozo del mismo ¿Cómo uno puede ser cero? ¿Cómo yo puedo ser la nada absoluto y simultáneamente ser el infinito? ¿Cómo todo puede ser simultáneamente el todo y la nada misma? Cuando afirmo con seguridad que uno sea igual a cero, no estoy diciendo nada, no puedo estar diciendo algo, es una verdad que se me escapa, es una oración que para mí carece de información, una afirmación meramente inocua, y, sin embargo, una oración que es verdad, lo sé muy bien, uno es igual a cero, y aunque no lo pueda comprender, tengo pavor de lo que implica, tengo pavor de lo que pueda significar-

Tomo un par de hojas que quedaban de su habitación y empezó a contar cada elemento de su casa, empezó a contar los vidrios, los muebles, las ventanas, cada paso que daba, cada uno lo anoto en la hoja correspondiente. Una vez termino empezó a operar, empezó a hacer ecuaciones a partir de esos números, comenzó a restarlos, dividirlos, multiplicarlos, cada ventana restada era una ventana rota, cada hoja dividida era una hoja partida a la mitad, junto a eso empezó a escribir igualdades, con ello operaba ecuaciones. Una vez logro realizar esas operaciones comenzó a hacer demostraciones complejas, incluso demostró nuevamente la igualdad entre uno y cero. Todo el sistema de ecuaciones en el que había convertido a su casa, todo funcionaba como debía, todo tenía sentido, cada suma y cada resta eran consecuentes consigo mismos y con el sistema con el que estaba interactuando, no había error alguno. Él se había abstraído de la verdad a la que quería escapar, y por esos momentos fue feliz, fue feliz de ver todos los números simplemente funcionando en conjunción, todos formando un sistema perfecto sin ambigüedades ni contradicciones, un sistema que describía perfectamente la realidad. Estaba orgulloso de lo que había creado, y, sin embargo, nada de lo que había escrito tenía sentido, porque uno era igual a cero.

Toda la casa ya abstraída en números y ecuaciones ahora parecía paradójica, parecía un sinsentido, toda ventana, todo mueble, todo lápiz, todo paso dado, nada de eso podía ser porque contradecía la verdad fundamental que ahora reinaba el universo por sobre todas las cosas – Soy solo un hombre– se lamentó el matemático – Soy solo un hombre en un mundo paradójico, un mundo que rechaza todo lo que creo y todo lo que quiero creer. Soy la contradicción de la paradoja, y sin embargo en este mundo absurdo se permiten las contradicciones  

El cuerpo de Jonathan Ramos estaba vivo, su espíritu estaba intacto, pero su alma estaba rota. A sus sentidos le llegaba información, a sus ojos colores, a su piel tacto, pero para Jonathan toda esa información no podía estar haciendo referencia a nada, a nada que tuviera sentido al menos. Jonathan Ramos se había vuelto incapaz de interpretar la más básica de las realidades del mundo externo, ahora para él eran solo sensaciones carentes de su contexto, significantes que sin embargo no apuntaban a ningún significado. Así mismo, su mente se había vuelto incapaz de razonar, después de haberse inmiscuido en la igualdad entre uno y cero, todo razonamiento parecía ininteligible.

Murió un par de días después por inanición. Algunos doctores lo analizaron en profundidad, pero ninguno de ellos entendió la causa de su comportamiento. La demostración de la proposición “1=0” fue incinerada por las llamas. Algunos matemáticos buscando cualquier información útil en las ruinas que quedaban de la casa de Jonathan Ramos se encontraron escrito “1=0” en un par de hojas, pero ninguno de ellos comprendió lo que significaba. La inequívoca demostración de la igualdad entre uno y el cero se perdió para siempre. 

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