Bifurcación: Sabor a Té verde
Hoy me desperté y el día sabía a té
verde. Lo agradezco porque no hay muchos días que sepan a té verde. Me encontré
con la primera dificultad del día y es que mi habitación se había vuelto
enorme. En un principio, mis sentidos insistieron en que era infinita, pero
razoné que aquello era imposible, pues una casa finita no podía contener esta
habitación infinita. Gracias a ese razonamiento logré salir de mi habitación,
pero eso no me llevó a nada porque, al momento de salir, me di cuenta de que
hoy era temporada de hormigas gigantes —lo debería haber sabido, pero por mi
pobre organización me había olvidado—, así que estaba atrapado en mi casa.
Volví a mi habitación —ahora con el
conocimiento de su finitud— y me senté frente a mi PC. Ahí fue cuando la
pantalla me gritó que empiece a escribir, y cuando la inspiración llega, no hay
mayor error que decirle que no —un error que no quiero volver a cometer—. Y
aquella inspiración me guió a escribir lo siguiente:
Estoy condenado a ser yo mismo, no
puedo ser otro en tanto está en mi esencia el ser yo. Si fuera otro, caería en
paradoja, y la vida no permite paradojas; yo no puedo ser otro porque soy yo, y
ser yo implica no ser otro. Aunque sea otro, envidiaría ser yo, porque el
problema no es en específico ser yo, sino tener que ser uno y no poder dejar de
ser uno. Por eso envidio la vida de los demás. No porque no son de uno, sino
porque no se sienten como de uno; son distantes, son lejanas, se ven diferentes
y se ven nuevas. El otro esta cómodo en lo libre de abstracto, mientras que el
yo está atrapado en lo concreto.
Mi arte, al igual que yo, está
condenado a ser deficiente. El arte de los demás tiene una ventaja que mi arte
nunca podrá superar: el misterio inseparable de lo ajeno. Mi arte ya fue
atravesado por mí, conozco todo de él, conozco el propósito de cada uno de sus
caracteres de principio a fin, pero le falta lo que me gusta del arte de los
demás: la complejidad apócrifa oculta entre sus párrafos que no tiene espacio
entre los míos, aplastados por lo concreto de conocer lo que significan.
Pero tal vez el arte es un escape,
por más débil que sea, a ser yo. Me permite —ficcional y temporalmente, tal
vez— ser otro. Por eso creo arte y por eso creé este arte; para dejar de ser
yo. Ya me cansé de los días que no saben a nada, de mi habitación que no parece
infinita, de las hormigas de tamaño normal. Gracias a Dios, cuando escribí este
cuento, logré sentir que el día de hoy sabía a té verde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario