Reductio Ad Absurdum
Después de una vida de dedicarse
fervientemente a la teoría de las matemáticas, una vida inmiscuida a las interminables
demostraciones junto a todos los necesarios axiomas que estaba tan obsesionado
con develar, una vida que llevaba con el mayor orgullo por los inerrantes
libros que había escrito y que solo una parte minúscula de la población podía
darse el lujo de entender, ahora había concluido en comparación en un punto de
su vida en donde simplemente no puede permitirse seguir aquella vía, al
contrario, ahora reside en un momento mucho más calmado, en donde no requiere
exigirse a sí mismo lo que alguna vez se exigió. Las noches de insomnio en
donde una demostración le oponía resistencia y él se privaba del sueño hasta
poder terminarla se habían acabado para siempre, ahora que operaba y deducía a
partir de conceptos inmensamente más simples. Pero no sé equivoquen, Jonathan
Ramos no se contenta con ser un mero profesor, al contrario, excede en su
trabajo, en sus clases explica las matemáticas con cierta rigurosidad que solo
una figura como él podría hacerlo, sus alumnos terminan sus jornadas no solo
entendiendo el cómo opera la matemática sino por qué se opera de la forma que
lo hace. En su primera clase, Jonathan Ramos comenzó con una pregunta que mucho
de sus alumnos nunca se habían planteado a pesar de su experiencia previa en el
campo –¿Qué tan reales son las matemáticas? Díganme, ustedes que creen ¿los
números existirán en la realidad o solo en la mente? – Sus alumnos tardaron en
dar una respuesta, muchos de ellos ni siquiera entendieron la pregunta en
primer lugar, pero aquellos que sí y se lo cuestionaron por algunos minutos lo
que nunca se habían imaginado en preguntar llegaron a cierta cercanía a las
matemáticas, a aquello que realmente significaban, que hubiera sido imposible
sin la rigurosidad de Jonathan Ramos.
Hoy no fue un día para nada
excepcional para el profesor, al menos no lo era hasta ese momento, había
llegado a su casa, se prendió un habano y estaba en su escritorio trabajando
felizmente en su campo. A pesar de la superficial irrelevancia de este día,
había cierta irregularidad, una pregunta que desde hace varias horas está dando
vueltas en la mente de Jonathan Ramos y no quiere salir. El día de hoy uno de
sus alumnos le había mostrado un ejercicio matemático, a pesar de que no había
ningún error evidente, había en esa hoja oculta una rareza que Jonathan Ramos
no comprendía y a la que ni siquiera podía apuntar, pero que, sin embargo, le
hacía ruido a su instinto matemático. Tomo una de sus hojas, uno de sus lápices
y una goma, y replico paso por paso el ejercicio únicamente mediante su memoria
- ¿Qué es lo que tenemos acá? - reviso cada paso con exhaustividad, pero no
parecía haber ningún problema con ninguno de los pasos dados – ¿Qué es lo que
me está perturbando entonces? – alejo un poco la vista de la hoja y empezó a
revisar el problema holísticamente en vez de a sus cálculos individuales –Acá
está el problema– tomo una segunda hoja y empezó a operar a partir de lo que
había escrito su alumno.
-Eureka- Había encontrado aquello
que le perturbaba tanto de esa resolución. Los cálculos de su alumno implicaban
la proposición 1=0; ya había descubierto el absurdo. Él comprendía
instintivamente que la aparición de un absurdo se debía necesariamente en algún
error previo, luego, se podía descartar sin problemas la demostración de su
alumno y nadie se molestaría si efectivamente lo hiciera, pero él, en su
rigurosidad que lo caracterizaba, dio un paso más allá. Empezó a rastrear la
demostración del absurdo y a buscar el error que permitía la implicación en
primer lugar. Pero no había nada. Leyó, opero, dio vueltas cada proposición del
derecho y del revés, y no había error alguno. Tomo una tercera hoja, escribió
paso a paso todo, desde la ejecución de su alumno hasta la demostración del
absurdo, todas las proposiciones e implicaciones, todas eran lógicas, todas
seguían los axiomas matemáticos, todas eran correctas, todas eras necesarias. Suma,
resta, división, multiplicación, sumatorias y exponentes, todas las operaciones
escritas eran operaciones básicas que no permitían la posibilidad de error; la
demostración inequívocamente era correcta.
Agarro una hoja, y otra, y otra, diez
hojas en total, y nada, ese error no se mostraba, se ocultaba demasiado bien en
las proposiciones.
El puro se había terminado ya,
Jonathan Ramos se dio un descanso, un descanso que tal vez hace algunos años no
se habría permitido, salió de su estudio y empezó a calentar una pava.
Caminaba en la cocina dando vueltas
de un lado para otros, su caminata parecía estar a ritmo de un compás, sus
pasos parecían aritméticamente calculados. Su mente estaba perturbada y no
podía parar de preguntar ¿Qué significa esto? ¿Cuál es el error y por qué no lo
encuentro? Y sin embargo su espíritu estaba feliz. Recordaba con nostalgia las
noches en donde esto era la norma y no la excepción. No obstante, no estaba
disconforme con su vida actual y, al contrario, le hacía inmensamente feliz
poder volver a estos momentos de vez en cuando. Él comprendía también
instintivamente que el absurdo era imposible y que sí las operaciones
resultaban en él es porque debía de haber algún error todavía no descubierto,
solo que se había ofuscado demasiado en el problema y necesitaba darse un
momento para aclarar su mente y poder enfrentarse a él con una nueva
mentalidad. Ya se había atrapado en demasiados problemas así como para no
conocer esta verdad fundamental a la hora de enfrentar estos desafíos. El mate
que se estaba sirviendo nunca falló en estos momentos para poder permitirle un
momento de paz y tranquilidad antes de volver a la lucha. A pesar de que su
cuerpo y espíritu estuvieran tranquilos, su mente seguía perturbada por algo,
algo que no podía comprender y que, sin embargo, le aterrorizaba, ese
sentimiento no podía calmarse y su mate solo podía ayudarle hasta cierto punto.
Entró nuevamente al estudió,
inspirado y decidido en librarse finalmente de esa extraña demostración, pero
inmediatamente se chocó contra un muro. Seguía sin ver el error, incluso peor,
ahora con su mente calma sabía que lo que estaban leyendo sus ojos era
correcto, conocía todas las reglas de las matemáticas de memoria, conocía el cómo
y el por qué los números se comportan de la forma que lo hacen y justamente por
eso sabía que la demostración no contenía imperfección alguna. Tomo la undécima
hoja, pero no pudo escribir nada, no había nada más que podría hacer, la arrugo
y la desecho. Estuvo una hora más en ese estudio, incapaz de avanzar en lo más
mínimo. Jonathan Ramos estaba completamente paralizado, ya había hecho todo lo
que podía hacer y la proposición sigue ahí escrita, inamovible, invariable. El
absurdo persistía: uno es igual a cero.
Tomo el valor y finalmente se
preguntó - ¿Y si uno es igual a cero? – Tomo la duodécima hoja del día y empezó
a operar, desde una nueva mentalidad y sin prejuicios de lo que sus
razonamientos podrían llevarle. Desarrollo lo mejor posible cada hipótesis,
justifico cada paso y a cada justificación la justifico una por una, todo tenía
que ser perfecto, no debía haber espacio al error, no debía existir la mera
posibilidad de error, y todo eso llevaba, ahora indudablemente, a la
proposición “1=0”.
Observo todos los libros en su
repisa con una nueva mirada, una mirada confundida, trastornada incluso. En cualquier
otro momento no había otra cosa que le produzca más respeto y admiración que el
trabajo de esos matemáticos a los que rezaba por algún día alcanzar, pero ahora
mismo solo leía un absurdo, un inmenso e interminable absurdo.
Con una de las cerillas, con la
cual había prendido hace un par de horas el habano, Jonathan Ramos prendió
fuego su escritorio, junto a él, prendió fuego todas sus hojas y todos los
libros que tenía. Despreciaba la matemática, la despreciaba por ser
incoherente, por ser absurda, por ser contradictoria, por no ser nada, y por,
en definitiva, no significar nada. Cada hoja de todos los libros que había
comprado y escrito ahora eran insignificantes para él, solo describían
falsedades y herejías, palabras cuyo único contenido eran ellas mismas, palabras
atrapadas en un laberinto que existía solo dentro de su propia trampa
dialéctica y en donde escapar no tenía valor ni mérito. Las matemáticas eran
falsas, toda su vida había estudiado la nada misma, una realidad meramente
aparente, había estudiado la ausencia de toda verdad, la imposibilidad de la verdad,
en donde uno y uno eran dos, y a su vez, eran tres, y cuatro, y cinco, y toda
proposición era igualmente verdadera.
Estaba librado de la mentira de la
matemática, se había descargado de un enorme peso de encima. Estaba preparado
para mañana llegar a la universidad que lo había acogido con tanto cariño y
exponer a cada uno de sus alumnos la demostración de 1=0, demostrarles a todos
la absurdes de los números, exponer la gran verdad de la matemática que tantos
genios han pasado por alto, y más importante, advertirles a aquellas mentes
jóvenes en usar su inteligencia en cualquier otra cosa. Incluso estaba
fantaseando con comenzar desde cero en un nuevo campo del conocimiento, un
campo, esta vez, consistente consigo mismo. Hace bastante tiempo estaba
interesado en la medicina, como también lo estaba en la psicología, y estaba
seguro que podría aportar inmensidad de cosas a cualquiera de esas áreas si se esforzaba
y le dedicaba lo que alguna vez le dedico a la matemática, pero esta vez con
descubrimientos que signifiquen algo y de los que poder enorgullecerse.
Pero, una nueva idea paso por la
cabeza de Jonathan Ramos mientras observaba el lápiz negro que había usado
hasta ese momento -Un lápiz ¿Por qué un lápiz? Un lápiz ¿Por qué no dos? Un
lápiz ¿Por qué no tres, o cuatro, o cero? Un lápiz. No comprendo lo que mis
ojos me están enseñando, no entiendo nada de lo que estoy viendo-
Comenzó a caminar por su casa,
confundido –¿Qué significa que uno sea cero? No comprendo que puede significar.
Mi mente no sé puede adherir a esa idea tan simple, me encuentro incapaz de
conceptualizarlo, simplemente soy incapaz de concebirlo a un nivel básico, ni
siquiera puedo pensar en un esbozo del mismo ¿Cómo uno puede ser cero? ¿Cómo yo
puedo ser la nada absoluto y simultáneamente ser el infinito? ¿Cómo todo puede
ser simultáneamente el todo y la nada misma? Cuando afirmo con seguridad que
uno sea igual a cero, no estoy diciendo nada, no puedo estar diciendo algo, es una
verdad que se me escapa, es una oración que para mí carece de información, una
afirmación meramente inocua, y, sin embargo, una oración que es verdad, lo sé
muy bien, uno es igual a cero, y aunque no lo pueda comprender, tengo pavor de
lo que implica, tengo pavor de lo que pueda significar-
Tomo un
par de hojas que quedaban de su habitación y empezó a contar cada elemento de
su casa, empezó a contar los vidrios, los muebles, las ventanas, cada paso que
daba, cada uno lo anoto en la hoja correspondiente. Una vez termino empezó a
operar, empezó a hacer ecuaciones a partir de esos números, comenzó a
restarlos, dividirlos, multiplicarlos, cada ventana restada era una ventana
rota, cada hoja dividida era una hoja partida a la mitad, junto a eso empezó a
escribir igualdades, con ello operaba ecuaciones. Una vez logro realizar esas
operaciones comenzó a hacer demostraciones complejas, incluso demostró
nuevamente la igualdad entre uno y cero. Todo el sistema de ecuaciones en el que
había convertido a su casa, todo funcionaba como debía, todo tenía sentido,
cada suma y cada resta eran consecuentes consigo mismos y con el sistema con el
que estaba interactuando, no había error alguno. Él se había abstraído de la
verdad a la que quería escapar, y por esos momentos fue feliz, fue feliz de ver
todos los números simplemente funcionando en conjunción, todos formando un
sistema perfecto sin ambigüedades ni contradicciones, un sistema que describía
perfectamente la realidad. Estaba orgulloso de lo que había creado, y, sin
embargo, nada de lo que había escrito tenía sentido, porque uno era igual a
cero.
Toda la casa ya abstraída en números y ecuaciones ahora parecía paradójica, parecía un sinsentido, toda ventana, todo mueble, todo lápiz, todo paso dado, nada de eso podía ser porque contradecía la verdad fundamental que ahora reinaba el universo por sobre todas las cosas – Soy solo un hombre– se lamentó el matemático – Soy solo un hombre en un mundo paradójico, un mundo que rechaza todo lo que creo y todo lo que quiero creer. Soy la contradicción de la paradoja, y sin embargo en este mundo absurdo se permiten las contradicciones –
El cuerpo
de Jonathan Ramos estaba vivo, su espíritu estaba intacto, pero su alma estaba
rota. A sus sentidos le llegaba información, a sus ojos colores, a su piel
tacto, pero para Jonathan toda esa información no podía estar haciendo
referencia a nada, a nada que tuviera sentido al menos. Jonathan Ramos se había
vuelto incapaz de interpretar la más básica de las realidades del mundo
externo, ahora para él eran solo sensaciones carentes de su contexto,
significantes que sin embargo no apuntaban a ningún significado. Así mismo, su
mente se había vuelto incapaz de razonar, después de haberse inmiscuido en la
igualdad entre uno y cero, todo razonamiento parecía ininteligible.
Murió un par de días después por inanición. Algunos doctores lo analizaron en profundidad, pero ninguno de ellos entendió la causa de su comportamiento. La demostración de la proposición “1=0” fue incinerada por las llamas. Algunos matemáticos buscando cualquier información útil en las ruinas que quedaban de la casa de Jonathan Ramos se encontraron escrito “1=0” en un par de hojas, pero ninguno de ellos comprendió lo que significaba. La inequívoca demostración de la igualdad entre uno y el cero se perdió para siempre. El universo entero se salvó de su contradicción gracias al fuego.
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